El
sacerdote no dudo en desafiar al emperador, ya que consideraba que el
decreto era injusto. Valentín se reveló y comenzó a casar a las parejas
jóvenes en secreto, bajo el ritual de la Iglesia.
El emperador
Claudio se enteró, y ordenó que lo llevaran a palacio. Claudio intentó
convencer a Valentín para que renunciase al Cristianismo y sirviese al
Imperio y a los dioses romanos. Si aceptaba, Claudio II le perdonaría y
le convertiría en uno de sus aliados. Pero, por el contrario, Valentín
no renunció a su religión y aprovechó la ocasión para hacer propaganda
del cristianismo.
En un principio
Claudio II se mostró atraído por esta religión, pero el ejército y el
Gobernador de Roma, llamado Calpurnio, le convencieron para quitárselo
de la cabeza y organizaron una campaña en contra del Santo. Valentín fue
encarcelado y el emperador le sentenció a una ejecución.
Mientras esperaba
que se ejecutase su sentencia en la cárcel, su carcelero, llamado
Asterio, le presentó a su hija Julia, ciega de nacimiento, para que
Valentín, siendo hombre de letras, le enseñara. A pesar de ello, Asterio
quiso ridiculizarle y ponerle a prueba, le retó a que le devolviese la
vista a su hija, Valentín aceptó y obró el prodigio. Asterio y toda su
familia se convirtieron al cristianismo, pero Valentín no se salvó de su
sentencia, ya que temiendo una rebelión del ejército romano y de los
paganos, el emperador lo mandó ejecutar el 14 de Febrero. Según la
leyenda, se plantó un Almendro de flores rosadas junto a su tumba. Hoy,
el árbol de almendras es un símbolo de amor y amistad duraderos.
Los restos mortales
de San Valentín se conservan actualmente en la Basílica de su mismo
nombre que está en la ciudad italiana de Terni. Cada 14 de febrero se
celebra en dicho templo, un acto de compromiso por parte de diferentes
parejas que quieren unirse en matrimonio al año siguiente.
Parece ser que la
festividad de San Valentín también sustituyó a otra festividad de origen
pagano. Era una celebración en honor al dios romano Lupercus, el dios
de la fertilidad. A mediados de febrero, los antiguos romanos se reunían
en una gruta llamada Lupercal. Allí sacrificaban animales en honor de
Lupercus y, al terminar, unos jóvenes adornados con la piel de las
víctimas, recorrían la ciudad azotando con látigos a las mujeres que se
encontraban a su paso, convencidas de que el dios de la fecundidad les
concedería así su gracia. No fue hasta el año 496 de nuestra era cuando
el Papa Gelasio nombró a San Valentín como sustituto cristiano del dios
pagano Lupercus.
Durante los siglos
XVII y XVIII en Inglaterra y en Francia se originan las costumbres
populares asociadas al día de San Valentín, consagrando este día a los
enamorados, y poniendo de costumbre el intercambio de regalos y cartas
de amor.
Los norteamericanos adoptaron la costumbre a principios del siglo
XVIII, ya que los avances de la imprenta y el bajón en los precios del
servicio postal permitieron el envío de saludos por San Valentín. Hacia
1840, Esther A. Howland comenzó a vender las primeras tarjetas postales
masivas de San Valentín en Estados Unidos.
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